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Durante la infancia y buena parte
de mi adolescencia, muchas de las botellas de vidrio destinadas a la
distribución de refrescos, vinos o cervezas eran retornables, es decir,
el consumidor obtenía la devolución del importe correspondiente al envase
cuando era devuelto para su posterior reutilización. Asimismo, las
familias solían disponer de cestas, bolsas o sacos con los que se acudía a
realizar la compra mensual o diaria de comestibles y otros productos de
consumo cotidiano como el jabón, la lejía o el betún para los zapatos,
pues no era costumbre que las tiendas y economatos (apenas existían los
supermercados y centros comerciales) dispensaran bolsas
desechables. Con la colonización del supuesto confort y progreso,
aquellas prácticas quedaron desfasadas, siendo lo moderno y ventajoso
tirar el vidrio a la basura e inundar el entorno de plástico.
Pasadas tres décadas, lo
que se vendió e implantó como novedoso y fascinante, parece haberse demostrado
perjudicial e insostenible. ¡Cuántas personas fueron tildadas de
trasnochadas por poner en duda conductas que ahora son puestas como ejemplo
de sensibilidad y concienciación medioambiental! Y, respecto al
bienestar general, ¿cuánto tiempo y sufrimiento será necesario para que la
sociedad corrija las políticas predominantes de ambición,
desigualdad e infelicidad social? En su día, Nelson Mandela fue
señalado como un antisistema.