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Al leer la leve y accidentada
historia del joven palestino Rami Ismael, protagonista de la contraportada de un
diario nacional, puede extraerse una triste y lamentable conclusión: la
confrontación entre palestinos e israelíes parece disponer de nutrientes
suficientes para hacerla sostenible a lo largo del tiempo. Que un chaval de 17
años desee hacerse abogado con el propósito de echar una mano a jóvenes
compatriotas encarcelados como consecuencia del conflicto existente entre
ambos pueblos, es indicativo de la intensidad y el alcance del desprecio
y recelo interiorizado por las nuevas generaciones, una muestra clara de la
grave erosión que sufre la concordia y el buen rollo, una evidencia del fracaso
obtenido tras décadas de decisiones y actuaciones políticas ricas en discordia
y distanciamiento. Ojalá que los vástagos de Rami, así como los de
cualesquiera otros adolescentes (sean israelíes o palestinos), tengan el
objetivo y la oportunidad de estudiar para defender e impulsar el
entendimiento, la dignidad y la calidad de vida de las personas sin atender a
etiquetas generadoras de menosprecio, fanatismo y mucho sufrimiento.