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La ingenuidad es algo que va erosionándose con el paso del tiempo,
sufriendo el desgaste causado por la acción continuada de agentes como el
cinismo, la deslealtad, la arbitrariedad, el clientelismo o la avaricia. Es
difícil que, a cierta altura de la vida, la catedral de la utopía y los
sueños levantada en la adolescencia y juventud permanezca inalterable ante
el choque y el azote intenso e insistente de las desvergüenzas,
inmoralidades e injusticias presentes de manera dominante en la realidad
política, económica y social. Sin embargo, la pérdida de inocencia y confianza
de nuestros hijos respecto a las promesas y cantos de la política está teniendo
lugar de forma prematura, al darse de narices con una verdad hostil y
frustrante, con un proyecto de sociedad que les conduce hacia situaciones más
desfavorables que las de sus progenitores, a caminar marcha atrás. Aunque como
la juventud es fuente de fuerza, ilusión e iniciativa, en vez de mantener
una actitud de abandono y resignación ante el horizonte planificado,
parece que los jóvenes han decidido introducirse en el terreno de juego de la
política con la intención de reprogramar un sistema que no les seduce ni
entusiasma. Y tampoco a los padres.