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Si Papá Noel recibe una carta de una niña de 7 años pidiéndole comida,
una pelota (destinada a su hermano) y una manta, ¿sería normal que la respuesta
fuera el envío de un paquete repleto de repugnancia y antipatía? Y si los
Reyes Magos, de camino a repartir los regalos en la urbanización de la
exuberancia, observan que hay alguien envuelto entre mantas en el frío
rincón de un soportal, ¿sería lógico que tuvieran el impulso irrefrenable
de acercarse para insultarle e incluso propinarle una paliza?
Siendo el hombre un ser sociable por naturaleza, que viene desnudo al mundo,
que depende de atenciones directas durante un periodo considerable de la vida y
que es perfilado con el formón de la enseñanza desde su nacimiento para la
adaptación y convivencia en comunidad, la concurrencia de sentimientos de
rechazo y aversión hacia las personas en situación de pobreza (aporofobia),
¿es una cuestión natural o inducida por un entorno cultural aquejado por
una infección que deteriora el sistema de principios y valores éticos?
