El Periódico de Extremadura>Opinión>cartas del lector
La Voz de Cádiz>Opinión>cartas del lector
La Opinión A Coruña>Opinión>cartas del lector
Diario Sur>Opinión>cartas del lector
Hoy>Opinión>cartas del lector
El Comercio>Opinión>cartas del lector
El Norte de Castilla>Opinión>cartas del lector
Hoy>Opinión>cartas del lector
El Comercio>Opinión>cartas del lector
El Norte de Castilla>Opinión>cartas del lector
No son bayetas,
estropajos, cepillos o fregonas con las que realizar
tareas de limpieza; no son muñecas, pelotas de tenis ni peluches para el
entretenimiento; no son bastones, barras de apoyo, barandillas ni muletas
fabricadas en serie; no son robots de cocina, máquinas lavaplatos,
exprimidores de zumo ni bandejas para el desayuno elaboradas en plástico o
madera; no son lavadoras, tendales ni tablas inertes diseñadas para planchar la
ropa; y, por supuesto, tampoco se trata de material sexual a disposición de las
necesidades de la casa. Aunque por desconsideración y frialdad emocional haya
quien, poco más o menos, pueda considerarlas como utensilios de trabajo, son
personas (en su mayoría mujeres) cuyo empleo consiste en desarrollar tareas del
hogar o prestar atención domiciliaria a quienes tienen limitaciones o incapacidades.
Efectos de una arraigada cultura de depreciación social que se traslada con
absoluta naturalidad de una generación a otra.