<<Y es que se me saltan las lágrimas, tío>>, expresaba un
ciudadano al contemplar con impotencia el apuro en el que se encontraban las
personas atrapadas en los vehículos debido a las inundaciones originadas en
Toledo por el temporal DANA. Desgraciadamente, los pronósticos científicos indican
que este tipo de fenómenos meteorológicos serán cada vez más frecuentes y con
mayor intensidad, y parece que el encadenamiento de catástrofes de los últimos
meses a lo largo y ancho del planeta apunta en ese sentido, una señal de lo que
viene.
El diccionario define la estupidez como una torpeza notable en
comprender las cosas, y a tenor de lo que sucede en el mundo, con un gasto enorme
en defensa militar, con cada vez más proyectos destinados al levantamiento de
muros fronterizos, con decisiones políticas que ignoran las recomendaciones
técnicas de los expertos, con una creciente ola de recelo e intransigencia hacia
la diversidad y con movimientos sociales que reniegan las evidencias científicas
desde el nudismo argumental, puede deducirse que no existe la intención de
consensuar el diseño de una hoja de ruta internacional destinada a evitar la
proliferación de la estupidez mundial y sus negativas consecuencias. Las
inundaciones, las sequías y los incendios no tienen patria ni bandera, carecen
de uniformes ideológicos, son indiferentes a la marcha de la economía e
insensibles ante la aflicción y el llanto, así pues, ¿tiene sentido dedicar
tiempo y recursos a la propagación de la mentira y la nutrición del recelo y el
enfrentamiento entre naciones, culturas o etnias cuando, en realidad y como estamos
viendo, la amenaza inminente para la humanidad es seguir instalados en la
necedad? El progreso pasa por un cambio de miradas y estrategias que, lamentablemente,
parece estar más lejos que cerca.