La concentración de familiares y amigos recibiendo con aplausos a un grupo de menores que salen del juzgado
tras declarar por su presunta participación en la violación de dos niñas, deja
una imagen que no es merecedora de tener un espacio para su exposición en el museo del progreso social. Quizás sea una
falsa percepción, pero creo que comienza a ser frecuente ver cómo acciones que
se supone deberían ser motivo de desconcierto, vergüenza y reflexión, acaban
dando lugar a manifestaciones de amparo, defensa e incluso justificación.
El alarmante aumento de las agresiones sexuales en grupo, parece ser
indicativo de una tendencia a normalizar el atropello, dando lugar a un proceso
de descomposición de la escala de valores. Si las familias e instituciones se
desentienden y delegan o traspasan la educación ética y sexual a una escuela digital huérfana de afecto,
consideración y empatía, se incrementa el riesgo de caída de la conciencia y
sensibilidad social en el pozo negro de la banalización de la inmoralidad.