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Educación sí, claro está, pero ¿a
qué precio y con qué finalidad? Da la impresión de estar promoviéndose una
educación orientada al cultivo de la ambición, de perseguir la formación
de seres gélidos y alineados con la economía depredadora y
especulativa, dejando soterrados otros asuntillos como la empatía y el
bienestar colectivo. Entristece escuchar que los planes sociales trazados para
quienes no dispongan de determinado nivel y/o especialidad de estudios, pasen
por el desempeño de trabajos en condiciones indignas, la infravaloración o la
exclusión social. Cuesta asimilar que, entre los objetivos principales de la
educación, no prevalezca el de revertir el conocimiento y
talento en la configuración sistemas más sensibles y cultivados en
humanidad. Por otro lado, ¿estará el mundo olvidándose de la felicidad de
los niños?, ¿es acertada la dinámica de competitividad y presión a la que
están sometidos en materia de rendimiento académico y extraescolar?
Resulta más lúcida y atractiva una enseñanza dirigida a crear horizontes
integradores, armónicos y placenteros, que la enfocada al fomento del
canibalismo, la frialdad, la inequidad y la insatisfacción.