Aunque no sea mujer, a mí también
me cuesta comprender a quienes pagar por obtener servicios sexuales de chicas
engañadas y forzadas a ejercer la prostitución, mujeres que, como recuerda Ángeles
Caso en su artículo del 24 de noviembre, en su mayor parte son
extranjeras a las que les vendieron un billete con destino a la
prosperidad sin conocer que el viaje finalizaría en la estación del infierno.
Considero que el sexo es una fuente de placer maravillosa, pero siempre
que las aguas de la pasión sean compartidas, pues, cómo se puede disfrutar
cuando la otra (u otras) persona finge, se humilla o siente temor. Dónde
aparcan la conciencia esos intelectuales que por el día alzan sus voces en pro
de la decencia y por la noche buscan el contacto de la indignidad, se pregunta
la escritora, y la respuesta es que quizás tengan un contrato a tiempo parcial
con la integridad y nobleza. Es algo que se lleva mucho. Y, como sucede con
otros graves problemas sociales, ¿es posible reducir el volumen de
prostitución involuntaria e indeseada sin una mejor distribución de la riqueza?