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Resulta paradójico que, viendo la
avalancha de declaraciones y muestras de tristeza, reconocimiento y admiración
puestas de manifiesto desde el ámbito político (a nivel internacional) en torno
a la figura del fallecido Nelson Mandela, la realidad mundial
permanezca aún tan alejada de los sueños y objetivos perseguidos por el
expresidente sudafricano: la formación de sociedades
sin discriminación racial, exentas de bolsas de pobreza y libres de
alambradas. Si, como parece, todo el mundo aprecia y ensalza
a alguien que vivió abrazado a la honestidad, la razón y el compromiso con la
dignidad humana, pagando por ello una factura carcelaria equivalente a un
tercio de su existencia, ¿cómo se justifica un contexto global tan lamentable
como el presente? En mi opinión, las acciones y señas más adecuadas para rendir
tributo a Mandela, serían las de llevar a cabo políticas acordes a sus ideas
sociales, no las del paripé y el teatro protocolario.