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¿Que por qué sentir escepticismo
ante los pronósticos que anuncian un incremento de la esperanza de vida?, pues
porque la realidad social ha tomado un rumbo que no conduce ni invita a tirarse
a la piscina del optimismo. Y las dudas al respecto no se centran en el sector
de la población con acceso a una alimentación suficiente y equilibrada, a una
atención sanitaria adecuada y avanzada, a una educación formativa y preventiva
en materia de hábitos y conductas de riesgo, al desempeño de trabajos con baja
incidencia en el deterioro de la salud y a un hogar en condiciones seguras y
confortables, sino en esa otra parte de la ciudadanía cuya calidad de
vida mengua de manera progresiva. Si tal como señalan los informes de
distintas organizaciones nacionales e internacionales, la pobreza y
desprotección social aumenta e intensifica día a día, ¿no hay motivos para
sentir desconfianza?, o ¿será que en el siglo XXI las penurias alargan la
vida?