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Cuando el locutor de radio dijo que, tras la tregua de carácter
indefinido, los habitantes de Gaza estaban volviendo a la normalidad, me quedé
anclado, pensativo, dándole vueltas a lo escuchado. Aunque el término
utilizado parezca tener efectos reparadores, la situación dista
bastante de lo que podría considerarse como normalidad. ¿Acaso se reparan las
muescas y profundas rayaduras de un mueble aplicando abrillantador? No se
trata de una intensa nevada que interrumpe el transporte y da lugar a la
suspensión de la actividad escolar de manera temporal, sino de una copiosa
lluvia de proyectiles y bombas que deja un número considerable de
personas inocentes muertas y mutiladas, provoca traumas y alteraciones
psicológicas en miles de niños y adolescentes, destruye infraestructuras
elementales (educativas, sanitarias, energéticas o de distribución del
agua) y reduce a escombros buena parte de las viviendas de la población.
Observado desde la distancia, un regreso a lo cotidiano; pero palpado desde el
epicentro del drama y dolor, las cosas y sentimientos de muchos ciudadanos no
serán igual.