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Recuerdo
que, la última vez que estuvo en casa una chica inglesa con la que
entablamos amistad a raíz del intercambio escolar realizado cuando
nuestra hija cursaba la Educación Secundaria, la invitamos a comer en un
restaurante pidiendo sopa de marisco como entrante. Cuando el camarero
dejó la sopera en la mesa, ésta dirigió una mirada de susto hacia las patas y
el trozo de caparazón de la nécora que asomaba sobre la superficie del caldo,
optando por no probar el contenido del recipiente; una respuesta entendible,
pues obedece una cuestión cultural. Por ello, aunque la Organización
Mundial de la Salud informe acerca del riesgo que supone la ingesta de
carne roja, difícil va a ser que buena parte de los ciudadanos acabemos
sustituyendo una pieza de la misma por un plato de grillos o cucarachas al
ajillo. Y dando un salto hacia otros aspectos relativos a la salud,
cómo explicar y entender la reciente aprobación de las autoridades
europeas de permitir mayores emisiones a la atmósfera de productos generados
por la combustión del diésel proveniente de los motores de los vehículos, con
las miles de muertes y los múltiples problemas de salud pública provocados por
la creciente contaminación ambiental.