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Al ritmo que llevamos, en no mucho tiempo, una vez confirmada la
compra de un artículo en la pantalla del móvil u ordenador, podría sentirse la
necesidad de acudir apresuradamente hacia la puerta de la vivienda esperando
ansiosos la entrega del paquete por parte del repartidor, y sin reparar tan
siquiera en si es un autómata o un humano. Bueno, incluso mejor que no sea una
persona, así podría evitarse eso de tener que saludar, poner buena cara y
despedirse con un adiós, un hasta la próxima o que tenga usted un buen
día; pues vaya una tontería perder los minutos en formalismos
improductivos.
Es posible que demos un click a la una o las dos de la
madrugada esperando que la lavadora de la imagen esté instalada en su sitio y
centrifugando la colada como muy tarde al mediodía, y que no nos vengan con
cuentos e historias de retrasos debido a no sé qué movidas. Corren tiempos donde prima la inmediatez, sin prestar atención ni
conceder demasiado valor al cómo y al por qué, sin calibrar los efectos
sociales de la creciente ansiedad e indiferencia consumista.