En la primavera de 2020, los medios de comunicación destacaban la
cooperación mundial en el ámbito de la investigación científica, la aparición
de la pandemia de COVID-19 había dado paso a la formación de un ejército internacional
de investigadores volcado en buscar armas eficaces contra la enfermedad y la muerte.
Sin embargo, transcurridos dos años y, como consecuencia de decisiones
políticas alimentadas por ambiciones y sueños de grandeza y poder ajenos a las
poblaciones, la atmósfera de colaboración global contra un virus causante de
varios millones de muertes se ha tornado en un escenario de división y
confrontación armada de imprevisibles consecuencias planetarias. Las batas
blancas de la sanidad han perdido protagonismo en favor de los uniformes de
camuflaje militares, y las bombas sustituyen a las vacunas.
Es lamentable
que, ante amenazas de gran calibre para la vida como son el cambio climático,
las pandemias o la pobreza, se continúe ampliando y reforzando la excavación de
la estupidez humana.