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Al igual que no
me cuesta entender la reacción de las personas que, guiadas por el pavor
surgido tras ser conscientes del inminente hundimiento del buque en el que
viajan (cuestión tratada con bastante éxito en la película El Titanic),
tratan de poner a salvo su vida y la de los seres próximos o queridos, tampoco
tengo dificultades para comprender la huida emprendida por los ciudadanos
que, con gran pesar y un abultado terror, procuran por todos los medios dejar
atrás el infierno terrenal de la guerra; un escenario apocalíptico
engendrado desde la tiniebla al que está invitado el conjunto
de la población. Solo hay que ver algunas de las grabaciones aéreas que
circulan por ‘You Tube’ acerca del estado de destrucción en el que se
encuentran muchas ciudades sirias (así como de otras urbes de distintos
países), para darse cuenta de las sobradas razones que motivan el desplazamiento
del personal en busca de un espacio humano cálido y luminoso.
Distanciarse del odio, la crueldad, el dolor y la desolación para,
desgraciadamente, darse de bruces con la indiferencia, el rechazo o la
animadversión Algo tremendo y desesperanzador.