jueves, 28 de enero de 2016

Sencillo de entender

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Al igual que no me cuesta entender la reacción de las personas que, guiadas por el pavor surgido tras ser conscientes del inminente hundimiento del buque en el que viajan  (cuestión tratada con bastante éxito en la película El Titanic), tratan de poner a salvo su vida y la de los seres próximos o queridos, tampoco tengo  dificultades para comprender la huida emprendida por los ciudadanos que, con gran pesar y un abultado terror, procuran por todos los medios dejar atrás el infierno terrenal de la guerra; un escenario apocalíptico engendrado  desde la tiniebla   al que está invitado el conjunto de la población. Solo hay que ver algunas de las grabaciones aéreas que circulan por ‘You Tube’ acerca del estado de destrucción en el que se encuentran muchas ciudades sirias (así como de otras urbes de distintos países), para darse cuenta de las sobradas razones que motivan  el desplazamiento del personal en busca  de un espacio humano cálido y luminoso. Distanciarse del odio, la crueldad, el dolor y la desolación para, desgraciadamente, darse de bruces con la indiferencia, el rechazo o la animadversión   Algo tremendo y desesperanzador.