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Cuando no se tienen trastornos en el olfato, la reacción instintiva al
penetrar en una atmósfera pestilente suele consistir en taparse la nariz, contener la respiración y distanciarse buscando
un entorno más agradable; cuando a uno le funciona el sistema gustativo con
normalidad, algo habitual ante la ingesta inocente de, pongamos, un buen trago de café con sal, es la tendencia
al vómito; cuando no se padecen problemas de ceguera, hay imágenes que, debido
a la crudeza física y/o moral desprendida, desvelan conciencias, golpean sensibilidades o hacen que se doblen las piernas; cuando no
existen alteraciones en el tacto, la respuesta normal en el caso de que una
mano graciosilla nos introduzca un trozo de hielo de manera sorpresiva en la espalda,
es procurar sacarlo con rapidez y proferir cariñosos calificativos; y, cuando el oído no sufre una merma de
consideración, escuchar ciertas declaraciones en boca de personas con responsabilidades
públicas e institucionales, puede causar gran estupefacción. Un trueno que, parece ser, recorrió
recientemente la geografía nacional a
una velocidad superior a la del sonido, fue el originado por un rayo que
trazo e iluminó en el cielo un curioso mensaje: Hacienda somos todos, no es más que un anuncio publicitario.