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El agua puede proceder de un lago, un manantial, un pozo, un embalse o
una planta desalinizadora; su transporte y distribución puede realizarse
mediante un canal, una tubería kilométrica, un camión o un buque cisterna; y el
recipiente utilizado para su almacenamiento y consumo puede ser un botijo de
cerámica, una botella de vidrio, una cantimplora de plástico o un termo de
acero inoxidable. Y así como sucede con este elemento líquido imprescindible
para la vida, la escritura puede surgir del amor, el odio, el cabreo, la
inquietud, la esperanza, la experiencia, la alegría o la tristeza; y ser
divulgada en soporte digital y papel bajo la figura de un tebeo, una revista,
un periódico, un libro de bolsillo o una enciclopedia. En un mundo dependiente
de las tecnologías de la comunicación e información, me parece estéril
polemizar sobre si es mejor el libro clásico o el electrónico, pues cada cual
tiene sus ventajas e inconvenientes, quedando a gusto de las personas optar por
el que considere más placentero o adecuado en cada momento. En el
fondo, lo relevante es el contenido, el nutriente mental aportado por la
lectura.