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Esta semana, al pasar caminando al lado de una finca situada en las
afueras de la zona urbana, observé que en el prado que rodea la vivienda y
donde era habitual la presencia de cinco o seis ovejas pastando,
ahora había un pequeño robot cortando el césped.
Aunque encuentro más emotiva la estampa tradicional, soy consciente
de que no se trata de un fenómeno nuevo, pues el desarrollo técnico que
posibilita la ejecución de tareas sin la intervención de los animales
domésticos y de las propias personas es algo que viene sucediendo desde hace
siglos. Que una familia opte por sustituir un pequeño grupo de rumiantes por
una máquina no representa una alarma medioambiental, lo lamentable e
inquietante es la merma paulatina de parte de la fauna (grillos, saltamontes,
abejas, gorriones, golondrinas…) propia de nuestro entorno como consecuencia de
la desmedida actividad humana mantenida en el tiempo. Sin embargo, la amenaza
de extinción de determinadas especies salvajes parece suscitar menor
preocupación social que la manifestada por el estilo de los zapatos o teléfonos
móviles puestos de moda.