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Optar por una división política de los territorios multiplicando con
ello el número de fronteras que separan y dividen a los seres humanos en
espacios dominados por miradas distantes y recelosas, no parece la
postura más inteligente de cara al gran desafío que supone el cambio climático
constatado por la comunidad científica. Ante adversidades
transfronterizas como las sequias, las inundaciones, los huracanes o la
subida del nivel de los océanos, lo sensato sería fomentar la unión,
solidaridad y empatía global, pues la senda de la fragmentación y el desafecto
obstaculiza y retarda la necesaria respuesta de la humanidad para frenar una
evolución climática que amenaza con estimular la agudización de los conflictos.
La migración climática ya es un hecho, y las respuestas deben
consistir en acciones conjuntas, colaborativas y fraternales. El presente y
futuro no se construye con el material de la indiferencia egocentrista y
cortoplacista, sino con el de la concordia sostenible.