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Fueron pasando los meses, y la discreta cantidad de gatos que solía
rondar el lugar se ha multiplicado por cinco o seis en apenas dos
años. Tienen sus refugios en los arbustos próximos a la puerta de entrada
metálica de una pequeña parcela situada en la zona semi-urbana, huecos
hechos en la densa vegetación con unas cuantas tablas para mantener los
espacios útiles y protegidos con plásticos que, en la medida de lo
posible, tratan de conservarlos secos y resguardados del viento.
Con gran cariño y dedicación regular, la señora fue alimentando
y cuidando de los animales hasta dar lugar a una colonia que, llegado el caso
de perder la atención proporcionada, es previsible que la población sufra una
merma considerable debido a la falta de comida (muchos ejemplares para un
territorio reducido) y al incremento de lesiones y enfermedades con mayor
presencia entre los gatos que viven en la calle. En ciertas cuestiones, un
caudal excesivo de ternura y buena voluntad desemboca en un desastre no
calculado ni contemplado.