Primero se coreó de manera repetida que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora, ante la fea imagen y el mal olor desprendido por los excrementos de la indecencia ocultos durante años bajo las alfombras de organismos e instituciones (como parece ser el caso de las tarjetas de crédito de Caja Madrid) y destapados casi a diario por los medios de comunicación, se está diciendo que, comportamientos que hace unos cuantos veranos pasaban desapercibidos u obtenían la indulgencia social, en estos momentos son inadmisibles por su inmoralidad. ¡Qué evolución! Si no fue justo ni acertado diseminar la responsabilidad de la crisis de manera indiscriminada entre la ciudadanía, tampoco es pertinente tratar de echar el velo de la disculpa sobre conductas que, con independencia de quiénes hayan sido o sean sus amantes y protagonistas, siempre han sido inaceptables para los ciudadanos que tienen intolerancia crónica hacia el fraude, la deshonestidad y la codicia.