sábado, 4 de octubre de 2014

Romper el blindaje

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Una ciudadana llama por teléfono a un programa de radio y, empleando un tono impregnado de  emoción y  satisfacción,  deja grabado un mensaje en el contestador: soy muy feliz porque gracias a mi donación sé que unos niños van a comer.  Aun tratándose de una acción que destila sensibilidad y buena intención, no parece que la situación de los receptores invite o deje demasiado espacio para la felicidad.  En realidad, más que un sentimiento de complacencia interior por el grano de arena aportado, lo que provoca la injusta y deshumanizada realidad social en la que se ven envueltos millones de personas a lo largo y ancho del planeta, es  pesadumbre e indignación. Es indiscutible que la aportación y cooperación de las personas y organizaciones no gubernamentales limita o disminuye las dimensiones del sufrimiento, sin embargo, para que la penuria colectiva no sea algo sostenible y perenne es necesaria la confección y puesta en práctica de sinceras medidas políticas.  Por la experiencia obtenida a través de los siglos, parece evidente que la caridad no es capaz de romper el blindaje de la irracionalidad, la indolencia y la  codicia.