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La lógica inquietud pública mostrada ante el contagio
de ébola contraído por una de las auxiliares que prestaron atención
sanitaria a los dos españoles muertos en un hospital madrileño tras ser
repatriados desde países africanos, debería servir para llevar a cabo una
reflexión política y social acerca de las calamidades, los padecimientos y los
miedos de millones de personas que, por el simple y casual hecho de haber
nacido en regiones que presentan niveles elevados de pobreza e inhospitalidad
social, apenas levantan una brisa de preocupación y atención en la comunidad
internacional. Por otra parte, al observar el discurrir de los acontecimientos
y valorar determinados detalles informativos salidos a la luz respecto a la
planificación organizativa puesta en marcha al objeto de afrontar los riesgos
inherentes a los tratamientos dispensados a los dos religiosos enfermos de
ébola, podría decirse que, aunque la financiación y disposición de las
infraestructuras y los medios técnicos y humanos para afrontar situaciones de
emergencia o riesgo público son cuestiones orquestadas bajo dirección de la
batuta de la política, en materia de protocolos, procedimientos,
adiestramientos e intervenciones profesionales es altamente recomendable
escuchar y tener en consideración las pautas señaladas por los expertos e
implicados en su resolución.