Desde hace dos o tres años, la
miel consumida en casa la cogemos a un conocido cuyo padre tiene unas cuantas
colmenas en la zona rural de una provincia vecina, un entretenimiento que
le entusiasma desde hace décadas. Según me comentó meses atrás,
habían recibido una notificación de la administración competente informándoles
sobre la necesidad de instalar un vallado de protección en el terreno donde
están ubicadas las abejas, de tener un seguro de responsabilidad civil y
de abonar las tasas correspondientes por la actividad realizada. En definitiva,
obtener unos quilos de miel se transformó en una afición agridulce. Por lo
leído en el sorprendente reportaje acerca de la apicultura en la ciudad
de Nueva York (Magazine del 20 de octubre), podría decirse que en la actualidad
quizás sea más sencillo y económico tener unas colmenas en la gran
metrópoli norteamericana que en el campo español.
Por otra parte, decir que la
lectura del reportaje sobre el vermut, bebida que cumple 150 años de
existencia, me trajo gratos y entrañables recuerdos de la adolescencia,
cuando algunos domingos, antes de la comida, acudía con mi padre a tomar
un vermut de color con unas gotas de ginebra y una rodaja de limón.