Con regularidad,
mandatarios de múltiples naciones acuden a cumbres internacionales donde
la agenda del día está perfumada con buenas intenciones y cargada de mensajes
que acarician el oído de la ciudadanía. Hay días señalados en el calendario en
los que, año tras año, se conmemora la lucha contra el trabajo infantil, la
pobreza, la discriminación racial o la guerra. Periódicamente, galardones
como Los Premios Nobel y Los Premios Príncipe de Asturias reconocen y
ensalzan la labor y el compromiso de las personas u organizaciones en pro
de la convivencia y el bienestar colectivo. Y, sin embargo, como dice
Ángeles Caso en su artículo del 27 de octubre, parece que el rumbo de la
globalización está marcado por vientos huracanados de ambición e indiferencia
que condenan a gran parte de la población mundial a malvivir en entornos de
penuria, exclusión y violencia, circunstancias que acaban dando lugar a
tragedias como la acontecida recientemente en aguas próximas a la isla de
Lampedusa. Aunque, para suavizar y enmascarar el mal olor de la vergüenza en
estado de descomposición, existen patéticos tratamientos a base de eufemismos e
hipocresía.