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Hace poco fueron
realizadas declaraciones políticas que, poco más o menos,
establecían una relación entre la emigración de la juventud española y la
búsqueda o necesidad de aventura experimentada en esa etapa de la
vida, unas explicaciones con escasa capacidad de convicción que cosecharon más
estupefacción que aplausos. Si la causa principal de los movimientos
migratorios fuera el ánimo de vivir nuevas experiencias, de respirar
olores desconocidos, de probar otros sabores y de observar cielos y
paisajes con distintas tonalidades, las personas no abandonarían a sus familias
para ser víctimas de naufragios, sufrir violaciones y abusos durante el
trayecto o dejarse la piel en alambradas fronterizas. Hoy, la mayor parte
de los jóvenes que abandonan España salen en autocar, tren o avión con el
objetivo de encontrar un presente y futuro más prometedor, esperemos que mañana
no se vean abocados a reproducir situaciones tan duras e ignominiosas
como las padecidas en la actualidad por ciudadanos de otras etnias y
nacionalidades que tratan de alcanzar situaciones de mayor seguridad y
bienestar. Por desgracia, parece que el ser humano pone bastante empeño
en crear condiciones inhóspitas para la vida.