La detención del pirata somalí
que, como dice Quim Monzó en el Magazine del 3 de noviembre, se lanzó al cebo
de vanidad sin percatarse de la presencia oculta del anzuelo al que luego se
vería enganchado, es una noticia con posibles efectos balsámicos
para quienes han sido víctimas de sus fechorías, y una jugada de los servicios
secretos belgas ante la que cabe quitarse el sombrero. Sin embargo,
existen piratas que, portando disfraces de honestos servidores públicos y de
infatigables creadores de riqueza colectiva, abordan y causan daños
graves en los servicios públicos, desvalijan el cofre de los contribuyentes y
condenan a galeras a millones de ciudadanos, y, aunque pueda resultar curioso,
no son objeto de búsqueda y captura. Por lo visto, hay actividades de piratería
que gozan de salvoconducto y de puertos fiscales donde depositar los frutos
recogidos.