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Amparándose bajo el alero
de la legalidad, la lluvia ética ni moja ni cala. Con esta idea
como brújula de la conducta, hay quien considera compatible el desempeño
de responsabilidades políticas con la mentira, la desfachatez o las
irregularidades prescritas. Sin embargo, las cornisas no tienen forma
ni medida estándar a nivel global, sino que difieren en función de
aspectos como la idiosincrasia y cultura democrática de los pueblos y naciones.
La dimensión del engaño y deslealtad pública parece estar relacionada con la
tolerancia e indiferencia de la ciudadanía, pues hay territorios donde la
falsificación del currículo o el gasto de mil euros de los contribuyentes en
llamadas de teléfono injustificadas es motivo de dimisión o cese del cargo
(además de la devolución del dinero), mientras que en otros es posible llegar a
la jubilación tras años de lucro y teatro en ayuntamientos o
parlamentos. Por fortuna o desgracia, la sociedad no permanece estática.