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Aunque uno deposite más confianza
en los resultados sociales obtenidos a través de la convicción que de la
imposición, pues no es lo mismo conducirse bajo el dictado del
razonamiento que entrar por el aro a presión, parece comprensible la
decisión tomada por distintos ayuntamientos de denegar la instalación de
sombrillas particulares a primeras horas de la mañana para reservar sitio en
las playas. Muchas de ellas clavadas en primera línea de orilla, con vistas al
horizonte y a los cuerpos que se pasean y entran y salen del agua. Y qué decir
de la apropiación (desde el alba hasta el ocaso) de las mesas en las áreas
recreativas. Censurar la conducta de los cargos políticos que
anteponen los réditos personales a los sociales, es un ejercicio saludable que
está al alcance de cualquier ciudadano, sin embargo, se echa
de menos una mayor autocrítica y disposición para encauzar agudos
comportamientos que, cuando son protagonizados por el prójimo, suelen tener la
consideración de desleales, molestos o irritantes. La autoridad moral se
debilita, pierde consistencia e incluso se derrite con el calor del egoísmo y
la incoherencia.