lunes, 5 de agosto de 2013

Un viejo disfraz

Magazine (La Vanguardia)>cartas del lector


Así como los líquidos y gases adoptan la forma del recipiente que los contiene, la hipocresía se adapta   y está presente en cualquier ámbito de la vida, en el deporte (tal como apunta Ángeles Caso el 21 de julio), en la política, en las relaciones sociales o en el patriotismo. Pueden cerrarse los ojos con solemnidad cuando suena el himno nacional e iza la bandera, y sacar la pasta por la puerta de atrás  o fijar la  residencia  en un país vecino donde se pagan menos impuestos; prometer acciones en pro de la honestidad y prosperidad social, y después trabajar a tres turnos para llenar el granero privado; reprobar por el día la prostitución ejercida en calles o polígonos industriales, y a la noche solicitar los servicios sexuales de jóvenes forzadas en discretos lugares cerrados; o pedir esfuerzos y sobriedad al prójimo mientras se  participa con  júbilo en la fiesta de la desmesura. La hipocresía es un innoble, decepcionante y viejo disfraz que no pasa de moda, e incluso imprescindible para ser admitido y mantenerse en determinados entornos.