Así como los líquidos y gases
adoptan la forma del recipiente que los contiene, la hipocresía se
adapta y está presente en cualquier ámbito de la vida, en el
deporte (tal como apunta Ángeles Caso el 21 de julio), en la política, en las
relaciones sociales o en el patriotismo. Pueden cerrarse los ojos con solemnidad
cuando suena el himno nacional e iza la bandera, y sacar la pasta por la puerta
de atrás o fijar la residencia en un país vecino donde se
pagan menos impuestos; prometer acciones en pro de la honestidad y prosperidad
social, y después trabajar a tres turnos para llenar el granero privado;
reprobar por el día la prostitución ejercida en calles o polígonos
industriales, y a la noche solicitar los servicios sexuales de jóvenes forzadas
en discretos lugares cerrados; o pedir esfuerzos y sobriedad al prójimo
mientras se participa con júbilo en la fiesta de la desmesura. La
hipocresía es un innoble, decepcionante y viejo disfraz que no pasa de moda, e
incluso imprescindible para ser admitido y mantenerse en determinados entornos.