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Quizás tenga relación con haber nacido
en la década de los 60, pero el caso es que no acabo de encajar la moda
de introducir a calzador publicidad comercial en el
transcurso de las previsiones meteorológicas, los debates o los informativos de
la televisión, así como que esta sea protagonizada por
presentadores o colaboradores que saltan de manera intempestiva del terreno de
la información al de la venta. Da la impresión de estar asistiendo a un implante
de la frivolidad e indiferencia social, a una pérdida de las formas y
perversión de los valores. Es natural buscarse la vida, pues
tenemos la costumbre de comer a diario, aunque no puede
decirse que sea demasiado elegante anunciar un crucero de lujo cuando se
está hablando de niños hambrientos o penurias ciudadanas.
En breve es posible que el conductor del
autobús haga promoción de lencería o juguetes sexuales durante el
trayecto, que el dentista ofrezca embutidos y quesos de la tierra
mientras realiza un empaste o que el mensajero muestre un catálogo de
productos cosméticos cuando hace entrega del paquete, pues parece que la
deidad del comercio está cada vez más omnipresente en nuestras vidas. ¿O
será la percepción suspicaz de un dinosaurio?