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Después de llevar más de dos años
en situación de desempleo, un conocido me dice, sin ocultar su satisfacción,
que ha comenzado a trabajar en el astillero de la ciudad con perspectivas de
continuar al menos durante catorce o quince meses. Pasadas un par de semanas
volvemos a encontrarnos en una tienda del barrio, aunque en esta ocasión sus
palabras, acompañadas de un gesto serio y una mirada exenta de
eufemismos, dibujan flechas de recelo surcando un cielo de intenso
desencanto y hastío: ''ya ves compañero, quienes hablan de
luz al final del túnel, parece que tienen la intención de retirar la pila de la
linterna con la que comenzaba a ver de nuevo el camino. ¿Es normal que un
país con tantos kilómetros de costa pueda quedarse sin un sector como el
de la construcción naval? ¿Creen que la recuperación de esta industria,
con profesionales forjados a través de años de aprendizaje y experiencia, es
como poner en marcha un bingo? Se anuncia a bombo y platillo que llegarán
desde Europa 2.000 millones de euros destinados a impulsar la creación de
empleo juvenil, pero no comentan nada acerca de los miles de puestos de trabajo
puestos en riesgo en un sector industrial vivo y con siglos de tradición''.
El descrédito de la política europea sigue cocinándose a fuego lento y con
mucho mimo.