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Un informe de Caritas estima que
el 26,7% de los menores de 16 años se codea a diario con una mala influencia:
la pobreza. Y qué pueden hacer unos padres sin recursos
económicos para alejar a sus hijos de tan lamentable y perjudicial compañía,
porque, en realidad, no es un problema que pueda resolverse a través del
diálogo familiar ni de la intervención de Supernany o el Hermano
Mayor. Y, lo perverso del tema, es que la precariedad no es una amistad
simpática y entretenida elegida por los niños ni consentida por los progenitores,
sino una acosadora social inexorable que actúa con plena libertad y a cara
descubierta, sin temor a sanciones, imputaciones y condenas de las
administraciones. Puede decirse que se trata de una consecuencia natural de un
sistema desnaturalizado y regentado por el desequilibrio, pues tal como se
apunta la publicación de la organización, una de las bases principales sobre la
que descansa la penuria colectiva es la creciente desigualdad en la
distribución de los recursos, y no la escasez de los mismos. Aspecto que difícilmente
podrá ser utilizado como factor de estímulo y reclamo institucional para
impulsar la natalidad, que acumula una caída del 12,8% en los últimos
cuatro años.