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Qué resulta más antiestético y
perjudicial para la ciudadanía, ¿la presencia en las calles de
titiriteros, músicos, estatuas humanas o pintores que intentan
ganarse la vida mostrando sus habilidades artísticas con mayor o menor gracia y
maestría, o la permanencia en los puestos de responsabilidad
política de personas cuya decencia tiende a acumular tanta suciedad como el
palo de un gallinero? Cualquier ciudadano tiene la oportunidad de
elegir cuándo y cuántas monedas echar en el sombrero del violinista, en cambio,
y al menos hasta las siguientes elecciones, debe continuar pagando la
inmoralidad y deslealtad de quienes desprecian la confianza y el bienestar de
la población, de quienes contaminan la vida política. Debería prestarse mayor
atención a la figura ética de los pueblos y ciudades, pues hay
atractivos como la honradez, la alegría, la hospitalidad y la felicidad de sus
habitantes que, aun siendo intangibles, aportan un alto grado de
seducción y belleza. Triste imagen la ofrecida por las ciudades en
situación de luto callejero. Lamentable figura la de las urbes con notorias
ojeras de miseria.