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Según se desprende de una encuesta
realizada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el
63 % de las personas con edades comprendidas entre los 18 y 35 años consideran
que las profesiones de relacionadas con la agricultura, la ganadería y la
pesca son anticuadas, caducas y se encuentran en decadencia. Que el
trabajo en el campo y en el mar es duro, sacrificado, modesto en
ganancias y pobre en éxito social respecto a otras muchas actividades, no
es algo novedoso, de hecho, muchos de nuestros padres abandonaron sus pueblos y
aldeas en busca de alternativas alejadas del arado, las cuadras y las redes.
Sin embargo, una cosa es el estatus alcanzado a través de tan dignas y
necesarias labores, en clara desventaja respecto a, por ejemplo, ocupar una
silla de colaborador en un programa telebasura o especular con el precio
de los alimentos; y otra, declararlas prácticamente en periodo de
extinción, pues, hasta ahora, aún no ha sido creada una aplicación informática
capaz de llenar el llenar el estómago y saciar el hambre.
Con las perspectivas demográficas
de cara al futuro próximo y los previsibles estragos causados con motivo del
cambio climático, quién sabe si llegará a tener más valor una barra
de pan que un móvil.