Cuando se vive
inmerso en una burbuja de codicia, indiferencia y egolatría, las consecuencias directas e indirectas que
puedan derivarse de las fechorías cometidas
sin capucha y a la luz del día están lejos de tener efectos similares a los de
la cafeína, pues, tal como indica Maruja Torres en su artículo del 28 de
octubre, no quitan el sueño ni evitan dormir a pierna suelta a sus protagonistas. Hay vampiros que no reparan en la dimensión y profundidad
de la herida social causada, muerden con
voracidad y chupan con afán de hemorragia.
Como dice Manuel
Vicent en la columna de ese mismo día, los
buitres situados con placidez en el palo alto del gallinero no se perturban ni
desasosiegan por el sufrimiento y las vidas sepultadas bajo sus corrosivas defecaciones.