Discutir y establecer diferencias entre
peatones, ciclistas, motoristas y conductores de coches, camiones o autocares,
parece un debate erróneo y estéril, pues no se trata de, digamos, el rol
circulatorio desempeñado, sino de la actitud adoptada por las personas al
conducirse por la vida. La prepotencia, la desconsideración o el egoísmo son
aspectos portados en las mochilas individuales, con independencia del medio
usado para desplazarse.
Por ello, a la hora de dialogar y
adentrarse en la búsqueda de soluciones dirigidas a mejorar la fluidez del
tráfico, la reducción de emisiones contaminantes y la mejora de la calidad de
vida de la población, sería recomendable dejar a un lado los
posicionamientos de enroque y las descalificaciones y contemplar los posibles
escenarios teniendo en cuenta que, en función de las circunstancias, un
ciudadano anda, pedalea y guía un vehículo a motor en el mismo día.
Uno puede salir de casa, cruzar la
calzada con imprudencia de camino al garaje, subirse en la bicicleta y
pasar semáforos en rojo hasta llegar al trabajo, conducir el vehículo
de empresa sin prestar demasiada atención a quienes esperan en los pasos de
peatones y, después, defender o criticar cada situación con énfasis
y apasionamiento. Cuando los principios adolecen de cierta consistencia, la
conducta puede tomar la forma de cualquier recipiente.