Aboga
Quim Monzó en su artículo del pasado 4 de noviembre, por una sonrisa natural,
espontánea y sincera, es decir, la que no es fruto de forzados gestos y
fingidas simpatías y emociones.
Al
calor de la situación económica, política y social que tenemos encima en los
últimos tiempos, se aprecia un aumento de la sonrisa amortiguador, esa que
surge como un airbag ante el impacto del desconcierto originado al
conocer que el precio de la matrícula del máster ha subido más del doble,
al escuchar decir a un gobernante que el agua no moja y el frío no
hace tiritar, o al enterarse de que se suprimen las urgencias nocturnas en el
Centro médico de toda la vida. Sus efectos son de corta duración, mitigan el golpe
y permiten mantenerse en pie, aunque, obvia y lamentablemente, no impiden
la transformación posterior del rostro hacia una expresión de natural
cabreo, ni evitan la materialización de los perjuicios y desequilibrios
sociales, ni la continuidad y extensión de la desvergüenza.