Fue más una cuestión de
curiosidad por escuchar y ver de cerca al mito que de seguimiento y gusto por
su música, y, la verdad, no puedo decir que guarde un grato recuerdo del
concierto en directo que David Bowie (Magazine del 17 de marzo) ofreció
hace veintidós años en Gijón, pues no atendió ni tuvo consideración alguna con
un público que le pedía calurosamente la salida al escenario para prolongar
unos minutos más una noche de entrega y conexión entre fans y artista. Después
de aquello, perdí cualquier interés por el personaje.
Cuando leo que hay adolescentes
que se pasan hasta tres semanas acampados a las puertas de los recintos donde
actúa el fenómeno de masas llamado Justin Bieber, se me rompen los esquemas, es
algo que supera mi capacidad de entendimiento. ¿Es razonable e inocuo tal grado
de idolatría? Cada cosa en su medida.