Si, como parece, el país dispone
de trenes sin estrenar debido a la inexistencia de infraestructuras que
permitan su funcionamiento, de modernos aeropuertos sin aviones donde los
halcones ponen en práctica sus destrezas cazadoras, de suntuosas edificaciones
públicas con la puertas cerradas o infrautilizadas, así como de abultadas
facturas por servicios, materiales y obras fantasma, ¿podría aprovecharse
alguna de las instalaciones en desuso para hacer un museo dedicado al
despilfarro, el desfalco y la corrupción?
Para nuestra desgracia, hay material
suficiente con el que llevar a cabo un proyecto innovador, un centro pedagógico
abierto a todas las edades, un espacio donde pueda contemplarse, interactuar y
recibir información que contribuya a la concienciación de la ciudadanía sobre
los nocivos y corrosivos efectos provocados por la codicia, por la
escasez de transparencia en las cuentas y los gastos públicos, por
el ejercicio de la deslealtad y desconsideración hacia los bienes y
recursos sociales, o por la tolerancia para con las manos inclinadas a coger
y/o derrochar lo que es de todos. En resumen, un lugar cuya iluminación
proviene de la oscuridad social.