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Conforme se agudizaban y dejaban sentir los efectos de la crisis económica, los medios de comunicación han ido mostrando y poniendo voz y rostro a la oscuridad social del momento. A través de las ondas, las pantallas y el papel, ciudadanos anónimos dan buena cuenta de cómo aprietan y ahogan los efectos secundarios causados por la cultura de la usura inoculada en la sociedad durante las últimas décadas en dosis crecientes.
En cambio, no existen relatos desde el
otro lado de las tinieblas, nadie explica
o confiesa al público cuántos beneficios ha obtenido en los últimos años
a través de espectaculares pelotazos especulativos, ni qué argucias son
las empleadas para defraudar sustanciosas cifras de euros al fisco, ni qué
gestos sociales serán puestos en práctica al objeto de resarcir (no es
precisa mortificación física en plaza pública para redimir fechorías o
pecados) a la comunidad por los daños ocasionados con sus deshonestas y avaras
conductas, ni en qué medida es aprovechada vilmente la adversidad del prójimo a
fin de nutrir la obesidad personal.
¿Será cuestión de timidez o pánico
escénico lo que impide a impulsores y grandes protagonistas del desaguisado salir
a la palestra para ofrecernos sus enriquecedores testimonios?