domingo, 10 de junio de 2012

Cambios

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Al ver en la prensa la fotografía en la que el rey don Juan Carlos saluda a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, me vino a la cabeza otra imagen a blanco y negro publicada a finales de 2011 en los medios de comunicación, en la que una joven de 22 años, sentada en una silla, declaraba ante un tribunal militar en la ciudad de Río de Janeiro tras pasar varias semanas en prisión. Corría el año 1970, y aquella chica de pelo corto y rostro serio, en la actualidad es la actual mandataria de Brasil elegida en las urnas.
Siempre hubo y habrá personas tildadas de inadaptadas, raras o perjudiciales por mostrar su desacuerdo ante circunstancias culturales y sociales consideradas como lesivas e improcedentes debido al menoscabo, la marginación o el desprecio que las mismas representan para el bienestar de los ciudadanos. Cuestiones tales como la esclavitud, el maltrato a la mujer o la carencia de medidas de protección y seguridad de los trabajadores, que ahora suscitan desaprobación y son objeto de persecución y castigo social, en otros tiempos no tan lejanos fueron asumidas y/o defendidas con vehemencia y naturalidad por una sociedad que interpretaba y percibía con recelo las demandas de cambio de la situación reinante.
Las ideas, propuestas e inquietudes manifestadas en los últimos tiempos por millones de jóvenes a lo largo y ancho del planeta, pueden ser percibidas como quimeras pasajeras y de corto recorrido, pero, si el panorama mundial no es paradigma de cordura, felicidad y justicia, ¿qué imagen presentaría si no hubieran germinado parte de las semillas de humanidad y utopía plantadas, regadas y cuidadas con esperanza, mimo, y tesón a lo largo de la historia? Sin la energía que proporcionan los sueños y anhelos de mayor prosperidad y menor miseria, de más honestidad y menos mentiras, de más felicidad y menos sufrimiento, ¿habría movimiento?