lunes, 13 de junio de 2011

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Días atrás leí la carta de una joven licenciada en periodismo que mostraba su desconcierto, desolación y enfado porque en su primer día de trabajo como becaria en una agencia de medios, había sido puntual y convenientemente informada por una compañera acerca de un sustancial e insoslayable deber laboral: ofrecer un café a la superior cada vez que traspasara la puerta. Con el objetivo de complementar la formación y adquirir experiencia, al día siguiente también tuvo la estupenda oportunidad de retirar los vasos usados tras una reunión de clientes y jefa. Poco tiempo después, un conocido me dice que su mujer estaba algo contrariada porque una buena parte de los empleados (sin distinción de categorías profesionales) de la empresa donde ahora ejercía sus tareas de limpieza, no tenían costumbre ni parece que intención de saludar a los trabajadores que, como ella, eran ajenos a la plantilla.
Comportamientos comprensibles- para quien así los entienda.
Después de veinticuatro años, aún recuerdo la escena con total nitidez: el director de una factoría japonesa implantada en Asturias pasa andando por el taller de mecanización, observa que el cuerpo de una máquina estaba sucio y, sin pensárselo dos veces, coge un trapo y se agacha para proceder a su limpieza. El equipo japonés comía el mismo menú y en el mismo comedor que el resto de los trabajadores. Hay detalles reveladores acerca de las diferentes maneras de entender e interpretar la vida.