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Con un menú semanal cargado
de noticias que dan cuenta de la tremenda cantidad de telarañas de inmoralidad
social y democrática tejidas con mayor o menor meticulosidad y
provecho a lo largo del tiempo, ¿es extraño que la población
muestre síntomas inequívocos de desánimo, malestar y hastío? Cunde la sensación
de que la anomalía y el despropósito van camino de alcanzan tal
magnitud, que cualquier día es posible asistir al nacimiento de una
asociación en defensa de quienes responden ante la Justicia por su implicación
en casos de corrupción, desfalco o evasión de capitales. Incluso podrían
llevarse a cabo campañas de información y sensibilización colectiva con el fin
de recaudar fondos destinados a la financiación de la misma, así como convocar
manifestaciones con originales eslóganes y pancartas, marchas a pie y acampadas
en plazas públicas reivindicando el mantenimiento de tan loables y altruistas
actividades sociales.
Ahora bien, a pasar del fraude y
desengaño acumulado, brotan con vigor deseos de acometer reformas que
eviten la proliferación de la inmundicia y procuren una mayor higiene
democrática.