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Detrás
de la luz desprendida por ciertos reconocimientos, se encuentra una
alargada sombra de despropósitos y necesidades que alcanza a millones de
ciudadanos. Recientemente, la Federación Español de Bancos de Alimentos
recibió el premio ‘Príncipe de Asturias de la Concordia’ por la abnegada e
inestimable labor desempeñada en la sociedad: la redistribución solidaria de
comida entre quienes se han visto conducidos o empujados hacia las arenas
movedizas de la subsistencia.
En
el año 2000 atendieron a unos 300.000 beneficiarios y repartieron unas 20.000
toneladas de alimentos, sufriendo las cifras un salto de vértigo en 2006,
hasta superar el millón de auxiliados y multiplicar por algo más de cinco la
cantidad de comida distribuida en 2011. Simultáneamente, y según el análisis
realizado por el Barómetro social de España, entre los años 2005 y
2009 el patrimonio del 25% de los hogares más ricos experimentó un crecimiento
del 20%, mientras que el de la cuarta parte de los más pobres sufrió una
disminución del 6,4%. Y en la actualidad, la desigualdad en el reparto de la
riqueza continúa la misma senda.
Es
decir, la concesión del galardón lleva implícito un suspenso que, en este caso,
sería el obtenido por las políticas predominantes en la última década, no solo
por la incapacidad mostrada para reducir la magnitud del problema, sino por
facilitar su desbordamiento.