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Si tuviéramos que ingerir los alimentos tal como se encuentran en la naturaleza, es decir, sin someterlos a cocción ni tratamiento alguno de elaboración y conservación, la realidad es que la vida sería diferente a la que llevamos. ¿Cuántos productos quedarían en nuestras neveras y despensas si nos desprendiéramos de todos aquellos que han pasado por un proceso de producción o contienen cualquier tipo de suplementos, complementos o aditivos? Y en el caso de las bebidas, siendo escrupulosos, incluso tendríamos que dejar de beber agua del grifo debido a las sustancias añadidas que la hacen potable. Por ello, la interpretación del término natural (relacionado con saludable), muy utilizado en las etiquetas y la publicidad de los alimentos, parece tener la elasticidad de la goma. Ignorando en qué nivel de naturalidad alimenticia me encuentro clasificado, pienso que es más adecuado prestar atención y procurar seguir las recomendaciones de las personas expertas en nutrición y salud que dejarse llevar por las promesas sobrenaturales de los reclamos publicitarios.
