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Hace veintiocho años, estando de acampada
libre en una zona rural asturiana, entre la una y las dos de la madrugada una
mujer alemana se acerca al coche donde mi pareja y yo permanecíamos charlando y
escuchando música con las ventanillas cerradas para, de forma educada,
solicitar que bajáramos el volumen del reproductor, pues por lo visto les
impedía conciliar el sueño. Aunque nos causó cierta sorpresa, la demanda fue
atendida de manera inmediata. Es por ello que resulta difícil comprender la
actitud irrespetuosa y descontrolada de determinados turistas europeos durante
sus vacaciones en localidades españolas, creyendo que la cartera les otorga la
posibilidad de comportarse como les venga en gana, como si sacaran la entrada
al parque temático ibérico del incivismo y el antojo. ¿Por qué esa
condescendencia y permisividad nacional hacia conductas que son inaceptables en
sus países de origen? Tal como comentaba un amigo hace unos días, es altamente
probable que la respuesta fuera distinta en caso de tratarse de personas
llegadas en patera.