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Según
la organización Transparencia Internacional, España ocupa el puesto número 30 en el ranking de corrupción global, situándose
el país más oscuro o desfavorable en el lugar 175, o sea, la infección padecida
por nuestro país podría ser aún más severa. Sin embargo, banalizar y disculpar el pernicioso impacto de la corrupción con explicaciones
que se amparan en su extensión internacional y en las debilidades de la condición humana, no
parece un razonamiento de peso para justificar la carencia de respuestas
políticas y sociales dirigidas a reducir
y evitar la concentración y propagación de
tan corrosiva lacra.
No
solo es posible dar pasos positivos al respecto, sino que es un factor
imprescindible en el proceso de desarrollo y mejora del bienestar social,
cuestión comprensible incluso para quienes no estamos muy viajados. Ahora bien,
hace falta concienciación, honradez y voluntad.
